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"Todo lo que sabemos, lo sabemos entre todos".
Campesino analfabeto andaluz

domingo, 12 de junio de 2011

Las infranqueables murallas del mercado político

Eduard Punset 12 junio 2011
El mercado político tiene unas murallas que lo convierten en inaccesible a cualquier mente que no forme parte de la estructura interna y subvencionada por el Estado. En ese sentido no es justo que algunos políticos respondan a las críticas alegando que las reformas se tienen que impulsar únicamente desde dentro. La ciudadanía, la sociedad civil, el mundo empresarial, universitario e investigador suman mucho más que las personas aglutinadas en los partidos políticos y no es fácil que estos se hagan eco rápidamente de nuevos despertares.
A esos partidos, los colectivos mencionados otorgaron por circunstancias históricas la representación de todos, hasta prueba de lo contrario, es decir, hasta que aquellos a quienes se otorgó, democráticamente, la representación de todos se nieguen a escuchar las sugerencias e ideas de reformas que flotan en cónclaves dispares, escritos, discusiones, tesis doctorales, libros, comentarios, discusiones en plazas públicas o redes sociales, en definitiva, en la opinión pública. Se trata de nuevos consensos sociales que pueden interesar a la gran mayoría en proceso de formación, pero que pueden no interesar a las personas e intereses atrincherados en la política anterior.
¿Han cristalizado ya algunos de esos nuevos pensamientos que en un futuro no lejano formarán parte del nuevo estado de cosas –gusten o no gusten a los políticos de dentro y de fuera del establecimiento–? Para empezar, sería bueno fijarse únicamente en aquellas tesis comprobadas ya y que cuentan con el parecer mayoritario de los ciudadanos. Vale la pena apuntarlas.
El mercado político tiene unas murallas que lo convierten en inaccesible a cualquier mente que no forme parte de la estructura interna y subvencionada por el Estado. (imagen: Grant MacDonald).
Primero. No parece que guste a la mayoría o que conduzca a mejores horizontes la vieja división del país en derechas e izquierdas, que antaño condujo a la horrenda Guerra Civil. Es más importante contar y agruparse en torno a los que están por delante de los problemas más acuciantes –como los sistemas de representación democrática, la reforma educativa, el medio ambiente o la energía– que los que siguen detrás, defendiendo viejos mitos inservibles en el mundo moderno como el control del estamento jurídico por los partidos políticos. Por favor, la sociedad en pleno está irritada por el discurso político cuando es más ideológico que centrado en problemas concretos.
Segundo. Es de sabios aceptar que se cometió un error en la transición política extendiendo el poder de los partidos políticos para controlar a los estamentos judiciales. Se violó el principio sacrosanto de la separación de poderes para dar mayor peso a instrumentos como los partidos políticos, que apenas habían existido durante el franquismo. Fue un error descomunal de cuya importancia no se percataron los políticos procedentes del franquismo, pero que habían aceptado el objetivo de la restauración democrática.
Tercero. Nadie disiente de la necesidad de democratizar los partidos políticos y devolver el poder de elección a los ciudadanos. No es tolerable que las listas de los candidatos a las elecciones las confeccionen los estados mayores de los partidos sin que los ciudadanos tengan nada que decir. El sentir general está en contra de las listas cerradas. No se puede hacer oídos sordos a este clamor popular; por lo menos, todo el rato. Fue el sentimiento equivocado que imperó inmediatamente después del franquismo, de nuevo, de que había que dar mucho poder a los partidos políticos para que pudieran estructurarse.
Por último, los excesos del sector inmobiliario y las heridas infligidas al paisaje muestran claramente que nunca se debió haber permitido que el urbanismo financiara directa o indirectamente a los partidos políticos y entes municipales con el acuerdo de los dos. Es también urgente corregir esta situación.

domingo, 5 de junio de 2011

Es hora de zanjar la transición de una vez por todas

En tiempos de crisis la manada recurre, evolutivamente, a los jóvenes para el liderazgo. Así ocurrió también en la Transición de la democracia después del franquismo. A nivel político todo el mundo lo recuerda; a nivel social aporto el ejemplo que viví personalmente: a mi regreso a España a mediados de la década de los 70, después de 20 años fuera, acepté la dirección de un servicio de estudios en la banca. En poco tiempo pude constatar cómo los tres presidentes de los primeros bancos del país fueron apartados o absorbidos por otros; no entendían nada de los cambios que estaban ocurriendo en la economía y mercados monetarios, a pesar de su probada experiencia anterior, hasta tal punto que las instituciones implicadas optaron, acertadamente, por recurrir a dirigentes mucho más jóvenes.


Ahora bien, cuando se cumple este proceso y las nuevas generaciones de políticos defraudan a la manada, esta se da cuenta de la inutilidad de haber apartado a los mayores y suele generalizarse una ola de desencanto. Esto es lo que ha ocurrido, muy probablemente, en la actualidad.

Las barreras de entrada en el mercado político son casi infranqueables. Es por ello, uno de los sectores en los que resulta más difícil innovar. La mayoría de los ciudadanos se sienten ahora frustrados de que no salgan iniciativas regeneradoras desde dentro del sistema. En esas circunstancias, la acción de los jóvenes es todavía más indispensable. ¿Cuáles son las pautas que se desprenden del proceso de renovación del nuevo pensamiento social?

De forma gradual pero continuada, ir superponiendo a la cultura de división entre derechas e izquierdas -que condujo a la cruenta guerra civil- la división más productiva entre los que están delante de las masas y los que están detrás. Esa tradición heredada, como casi todas las tradiciones, está causando daños irreparables en la cristalización de un nuevo pensamiento social y renovado.


La plaza del Sol de Madrid, el 18 de mayo, abarrotada de personas indignadas por el estado de la democracia (imagen: usuario de Flickr).

El nuevo pensamiento entraña, en segundo lugar, la renuncia a la violencia que, en el caso de España –uno de los pocos y grandes países que sucumbió a los horrores de la guerra civil-, es innegable. A escala mundial, científicos como Steven Pinker y otros han demostrado ya que, en contra de lo que muchos creen, están disminuyendo los índices de violencia en las sociedades modernas y aumentando los de altruismo; nos ha precedido un pasado horrible y cruel que está en la mente de todos.

La introducción del aprendizaje emocional en el sistema educativo constituye un instrumento imprescindible para consolidar ese objetivo. La democracia recuperada ha fallado en garantizar a la juventud un nivel de ocupación adecuado: la tasa del 45% de jóvenes parados es inaceptable. Yo creo –en contra de la opinión de muchos mayores e incluso de jóvenes-, que el sistema educativo es en gran parte responsable de esa situación, al no suministrar las nuevas competencias necesarias en la sociedad del conocimiento; el sistema educativo sigue enfocado a garantizar las competencias para conseguir trabajo en la sociedad reflejo de la revolución industrial y no de la nueva sociedad del conocimiento. Trabajar en equipo de modo cooperativo y aprender a gestionar sus emociones son dos de las competencias clave en el mundo que se avecina.

Tras el enunciado del recurso hacia los jóvenes, renuncia a la violencia e introducción de la gestión emocional en el sistema educativo, procede corregir los errores que han caracterizado la vida política en los últimos años. Es impensable que puedan conseguirse, de la noche a la mañana, todas las aspiraciones de los últimos dos mil años. Tendrán que aflorar solo las imprescindibles, que respondan al sentir mayoritario en la situación actual.

En primer lugar, está la falta de transparencia y legitimidad del sistema electoral. El derecho de libre elección de los representantes de los ciudadanos ha quedado reducido a la asignación burocrática de los elegidos por los comités permanentes de la dirección de los partidos políticos. Es urgente corregir esta fuente de resentimiento popular, cuya aplicación se justificó durante la Transición política para fortalecer a los partidos que habían sobrevivido a duras penas la dictadura franquista

El cese de la interferencia de los partidos en el poder judicial para preservar la división de poderes entre el legislativo, ejecutivo y judicial constituye otra de las grandes reivindicaciones pendientes que reclama la sociedad española.

La eliminación de la corrupción en los procesos urbanísticos que ha permitido concertar la financiación de los partidos políticos en detrimento del necesario cuidado y protección del paisaje y de la naturaleza, son otras de las prácticas que no admiten más demoras.

Por último, la comunidad científica consensuó en el siglo XX que no éramos únicos –en contra de las tesis del pensamiento heredado-, sino solo distintos del resto de los animales. Ahora, liderada por los neurólogos más reconocidos, la comunidad científica acepta que somos únicos, pero gracias a las redes sociales cuya libertad de acceso es preciso salvaguardar; el intercambio de conocimientos, chismorreos y genes dan paso a una nueva civilización que no necesitara dos mil años para cristalizar sino unos pocos. Las redes sociales confieren un gran peso a la manada; el peligro estaba cuando ese gran peso podía ejercerlo un solo individuo.

La existencia de redes sociales da mayor universalidad y un impacto más rápido a las propuestas, pero sigue exigiendo un periodo de reflexión y maduración de las mismas. Después habrá que buscar puentes de contacto y comprensión con las corrientes políticas dentro del sistema, que puedan contribuir a impulsar las reformas. Por último, la más modesta preparación de un plan de contingencia si fallaran las medidas anteriores exigiría, con toda probabilidad, una mayor presencia pacífica en las calles y articulación de apoyos políticos ahora inexistentes.

La vida misma es el equilibrio entre las fuerzas agresoras y contaminantes por una parte y la capacidad celular para regenerarse por otra. Cuando la segunda no está a la altura de la primera sobreviene la muerte. Yo creo, sinceramente, que la protesta ha recordado la necesidad de neutralizar las fuerzas agresoras que, a fuerza de niveles exagerados de impotencia, desencanto y desánimo podrían poner en peligro el equilibrio social. Ese toque de atención era imprescindible porque no se oía nada relevante desde el interior del sistema.