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"Todo lo que sabemos, lo sabemos entre todos".
Campesino analfabeto andaluz

sábado, 26 de febrero de 2011

Richard Gerver: "El reto es formar a futuros adultos capaces de gestionar la incertidumbre del siglo XXI"

Richard Gerver es considerado un líder de la nueva educación. Aconseja a instituciones y gobiernos sobre cómo debe adaptarse la enseñanza a las futuras necesidades del siglo XXI. Esta semana impartió una conferencia en SEK Catalunya, colegio al que asesora.

¿El modelo educativo actual está agotado?
No soy alarmista, pero el modelo no es suficiente para los retos que se encontraran los que hoy son estudiantes durante el siglo XXI. El actual sistema se diseñó hace 150 años. Apenas ha cambiado, mientras que la sociedad lo ha hecho y mucho.

¿Qué retos cree que se encontrarán?
Tres grandes frentes. El cambio en el modelo económico. Un nuevo uso de los recursos energéticos que disponemos y una lucha por el medioambiente. La cohesión social y la diversidad. Son retos creados por adultos de ayer y de hoy, que tendrán que ser resueltos por los actuales niños.

¿Qué competencias deberían desarrollar los actuales alumnos?
Creatividad. Innovación. Autoconfianza. Independencia. Deben ser personas comunicativas y con visión de futuro. Deben indagar y cuestionárselo todo. El sistema tradicional enseña certezas, conocimientos y reglas. Es un aprendizaje previsible. El reto está en formar a futuros adultos capaces de gestionar la incertidumbre. No debemos olvidar las asignaturas tradicionales, pero hay que ofrecer mucho más a los alumnos.

Y el profesorado, ¿cómo debería afrontar esta transformación?
Deben tener la oportunidad de pasar temporadas fuera del colegio, lejos de la docencia. Cercanos a profesionales, para conocer qué es lo que la sociedad requiere y demanda. El profesorado debe estar abierto a los cambios, al progreso, ir más allá, comprometerse y renovarse. Y la sociedad debe permitírselo y reconocérselo.

La política educativa parece vivir un gran desconcierto. Las reformas son constantes y las estadísticas ofrecen bajos resultados en conocimientos. ¿Qué aconseja a los políticos responsables en educación?
Educación y política deben estar separados. El concepto de “política educativa” es el problema. Los políticos creen estar cualificados para decidir cómo educar. La enseñanza es algo muy complejo y su transformación lleva un tiempo. Los políticos buscan titulares y resultados en corto plazo. Planteo dos retos a los políticos: dar capacidad de decisión y confianza al profesorado. Un buen ejemplo en Europa es Finlandia.

¿Que la política deba estar separada de la educación quiere decir que no es positiva la enseñanza pública y subvencionada?
No. La educación pública es muy importante para el desarrollo de una sociedad. Los profesores del sistema público no pueden relajarse y deben ser responsables de los resultados. Pero para ello deben tener más competencias que las actuales. Los políticos culpan a los profesores del fracaso de un sistema educativo creado y gestionado por los gobiernos. Todos los profesores deben enseñar desde la pasión. Una motivación que no cuesta dinero.
El modelo tradicional es uniforme. ¿Genera adultos mediocres?
Todos deben aprender lo mismo y obtener los mismos resultados en la misma velocidad y forma. Los seres humanos somos complejos. La responsabilidad moral de un educador es descubrir los intereses y capacidades de cada niño. Obligamos a que todos sean iguales. Impedimos que cada uno florezca según sus posibilidades. Sí, genera mediocridad…

Parece que el gran peso de la educación recaiga en la escuela. Pero ¿qué papel deben jugar los padres o tutores en la educación del siglo XXI?
En el nuevo paradigma educativo toda la comunidad es responsable de la educación. Escuelas, padres y empresas. No podemos esperar a la universidad para formar niños con las habilidades necesarias para el siglo XXI. Las empresas deben decir qué se necesita, y esto debe ser aplicado desde las escuelas de primaria.

Las nuevas tecnologías son otro nuevo elemento de la educación. ¿Qué le aportan?
No hay relación entre lo que una persona memoriza y lo inteligente que es. La tecnología nos ayuda a ser más creativos y usar la inteligencia de otra forma. Las redes sociales son una herramienta fantástica para todos. Hay que enseñar a usar la red de forma responsable. La revolución digital nos hace más cercanos entre nosotros. Es vital asegurarse que los niños disfrutan del contacto humano. Tarea de los padres y de los profesores.

Considera que las redes sociales nos enseñan a través de inputs, sin profundizar demasiado…
Debemos conservar los dos mundos. El digital y el tradicional. Hay estudios que demuestran que los niños que usan redes sociales tienen mejor capacidad comunicativa, tanto hablada como escrita.

¿Los niños y jóvenes son más críticos de lo que pensamos?
Nacen pensadores críticos. El reto es enseñarles sin anularlos.

¿Puede valorar la revolución que se ha generado en Oriente a través de las redes sociales?
Internet es una gran herramienta de libertad, pensamiento y comunicación. El uso que han hecho en Oriente de las redes sociales demuestra la vital importancia de lo que podemos generar en el próximo siglo XXI.

jueves, 3 de febrero de 2011

La aventura del pensamiento: Hume






La aventura del pensamiento: Leibniz





La aventura del pensamiento: Sto. Tomás




Reduce, reuse, recycle ...

Si estás muerto, ¿por qué bailas?

Las rencillas de patio de colegio entre miembros de la Academia del Cine son una cortina de humo. Uno de los principales problemas es la disminución de espectadores en las salas. ¿Es posible recuperarlos?

Siempre me había gustado el título de esa película de Alfredo Landa y pensé súbitamente en él en el pasado Festival de Cannes. Mientras las estrellas más rutilantes del cine mundial efectuaban ese curioso paseíllo a caballo entre parada de los monstruos y desfile de moda que sucede sobre una alfombra roja, escuché a Catherine Deneuve -la última estrella europea, con permiso de Jeanne Moreau- murmurar entre dientes que se dibujaban a través de sus labios teñidos de granate intenso, mientras miraba con una cierta conmiseración a los fans que la aclamaban apostados a la entrada del Palais: "Supongo que estos serán los que también vendrán a mi funeral, así que voy a bailar para ellos". E inmediatamente avanzó hacia el centro de la alfombra y se pintó en su cara ese amago de sonrisa, que es la marca de la casa, que ofreció a los fotógrafos enfervorecidos y a los cazadores de autógrafos que rugían "¡Catherine!".

Isabel Coixet
Ahora el cine se ve en casa, en la tele o el ordenador. Sin la densa oscuridad de las salasVamos a seguir haciendo películas. Con o sin dinero. Para las grandes o las pequeñas pantallas
La actriz de Tristana y Repulsión encarna a un pedazo de la historia del cine, de un cine que no sé si murió, como dice Peter Greenaway, cuando se inventó el mando a distancia, pero que hoy a mucha gente se le antoja tan periclitado como los móviles con antena o los cigarrillos mentolados.
La comunión con la pantalla que excluía al mundo exterior y permitía al espectador una experiencia personal, intransferible y fuera del tiempo está agonizando. Mal que nos pese, esa densa oscuridad del fuera de campo de una sala de cine está dando sus últimos coletazos. Ver una película en casa, sea en un monitor de televisión o en la pantalla de un ordenador es un acto de consumo cuyo fuera de campo es la cotidianidad: los niños que juegan, la cafetera que silba, el desorden en las estanterías, la vida doméstica que lima la abstracción que propone una película, cualquier película.
El espectador de hoy, mientras ve una película en su ordenador, come, fuma, twitea, contesta correos, cuelga comentarios en los muros de los amigos. Así son las cosas. La relación entre lo visible y lo invisible se ha modificado. La noche artificial en la que te sumerge una película vista en una sala no tiene ya el carácter sacro que tenía para muchas generaciones de espectadores.
Esa banalización del disfrute, unida a la asombrosa ceguera de avestruz de los canales de distribución, que si viven en el mismo planeta que los espectadores lo disimulan muy bien, hace que el acto de descargar una cinta no cree ningún problema en los internautas. Una película en este momento de la historia es un entretenimiento escasamente relevante comparable a unos cromos de un álbum que no nos emocionan especialmente y que se cambian cuando uno ya los tiene repetidos o medio vistos.
Las películas ya no modelan nuestros puntos de vista sobre el amor, la política, la historia, las relaciones: han dejado de ser fundamentales. Ignorar esta disminución de la influencia del cine en la vida es algo que los cineastas no podemos permitirnos ignorar. La nostalgia, aunque inevitable, es un error (Simone Signoret dixit) que puede costarnos la supervivencia.
Es nuestro deber saber (o intentarlo al menos) dónde estamos y avanzar, aunque sea a ciegas y con multitud de traspiés, hacia algo que no conocemos aún, pero que nos va a llevar muy lejos de la zona de confort donde estamos instalados. Arriesgar, experimentar, explorar lo desconocido, poner lo mejor de nosotros en lo que hacemos sin tener el ojo puesto en la taquilla, el prestigio o nuestra propia vanidad es el único camino posible que se me ocurre. No es, por supuesto, nada nuevo: es exactamente lo que preconiza Rilke en Cartas a un joven poeta, el único libro que recomiendo cuando me dan la oportunidad de dar clase en alguna escuela de cine.
En los últimos tiempos he tenido conversaciones con cineastas de todo el mundo, desde estudiantes que están empezando a estudiar cine, hasta gente consagrada como Stephen Frears, John Sayles, pasando por Wim Wenders, Kore Eda, Olivier Assayas, Agnès Varda o Alejandro González Iñárritu, y estas son las pocas pero contundentes conclusiones a las que todos llegamos: hacer películas en las que creamos absolutamente. Con o sin dinero. Documentales, epopeyas, docudramas. Con o sin ayudas institucionales. Cortos, largos de ficción, mediometrajes, minipelículas de minuto. En 70 milímetros o con una aplicación del iPhone. Para las salas de cine, para la Red, para la tele o para una proyección en el terrado de nuestros vecinos.
El cine, gracias a las nuevas tecnologías, afortunadamente ya no es el tren eléctrico más caro del mundo, como decía Orson Welles. Otra cosa es que los que quieren hacer cine quizás lo que en realidad quieren es un instante de esplendor en la alfombra roja. Algo pasajero, burbujeante, efímero, banal. Y si me preguntan, muy muy aburrido. Son cosas diferentes y, a menudo, contradictorias.
Las rencillas de patio de colegio que tienen un eco, a mi modo de ver completamente sobredimensionado, en las páginas de los periódicos estos últimos tiempos y que tienen por protagonistas a miembros de la Academia, son una pintoresca cortina de humo que oculta los temas que he señalado antes: la pérdida de peso del sector cinematográfico en el concierto de la cultura, el abismo entre quiénes somos y lo que representamos, la incomprensible confusión entre instituciones y personas.
Los problemas del cine español -como los problemas del cine en todo el mundo- tienen que ver con una disminución gradual de los espectadores en circuitos convencionales. Asusta mirar las estadísticas: 140 millones de espectadores en 2004 (por no retroceder aún más), 104 millones en 2008. En 2010, las salas perdieron un millón de espectadores al mes. Los datos difieren según los diferentes estudios, pero todos coinciden en que la bajada de 2010 ha sido la más pronunciada. Repito: no solo en España. También en los países donde hay un control de las descargas del que aquí carecemos y donde es posible por un precio más que razonable bajarse una película y sus extras, con todas las garantías.
¿Estos espectadores que han dejado de ir al cine son los que se bajan las películas en la Red o se las compran a los chinos que venden por los bares (que cada vez se ven menos)? Yo creo que no. La gente deja de ir al cine por múltiples razones: porque pierden el hábito, porque no hay nada en la cartelera que les motive, porque prefieren gastarse 100 euros en una entrada de fútbol, porque se enganchan a las series de HBO, porque tienen niños y sale por un pico el cine y las horas de canguro o porque, simplemente, pasan: no es algo importante en sus vidas, lo arrinconan hasta el olvido.
¿Es posible recuperarlos? No lo sé. Lo único que sé es que en este momento en que nos encontramos, más que nunca, el deber de un cineasta es construir un punto de vista sobre la realidad (y en eso incluyo a cualquier tipo de cineasta, desde el más oscuro y minoritario al más comercial), saber dónde está, empaparse de las cosas que pasan (aunque luego haga una película de zombis en el espacio) y empeñarse en ser lo más libre que pueda.
Aunque duela. Aunque te pongan a parir. Aunque dé vértigo. Porque aunque el cine haya muerto, los cineastas vamos a seguir bailando. Es el único favor que podemos ofrecer a los espectadores. Ojalá aún estén dispuestos a bailar con nosotros.
Isabel Coixet es directora de cine.